miércoles, 15 de febrero de 2012

LA VENDEDORA DE PLOMO




Mangueras negras como serpientes penetran las máquinas de hierro:
crujen, se mueven, se estremecen, mientras arden las pistas con un sol reluciente.
Olor a grasa carburante y aceite. Ruido de monedas que caen al suelo.
Cola de buses, taxis, y camiones la esperan, pues ha sabido ganarse
el cliente con su risa.
Maquinas eructando cifras arregladas por patrones indecentes.
Pagan conductores distraídos sin darse cuenta de los gajes del oficio.
El tres por ciento recibe por cada cheque cambiado,
sin derecho a preguntar de donde viene ni quien ha firmado:
Sale contento el cliente contando los billetes.
Pasan las horas, pasan los días, pasan las noches:
envolviendo la estación de servicio en su fatídica sombra.
Bocas de pistolas vomitan fuego como dragones:
“la vida o la plata” –le dicen–, mientras meten sus manos
en sus partes nobles.
Llanto de sirenas, disparos en la noche:
Corren los bandidos llevando con ellos olor de sangre plomo y muerte…
Lloran dos niños huerfanitos mirando el horizonte.
EDITH MATALLANA (desde Paris)